MIAMI
La famosa fotografía que convirtió a Kim Phuc en símbolo viviente de
la Guerra de Vietnam no captó sus quemaduras, sólo su angustia cuando
corría llorando con los brazos extendidos en dirección a la cámara y
desnuda tras quitarse su ropa en llamas.
Más de 40 años después, Phuc puede ocultar sus cicatrices bajo prendas de manga larga, pero una sola lágrima en su radiante cara delata el dolor que ha soportado desde aquel ataque con napalm en 1972.
Ahora se le ha presentado una nueva oportunidad de sanar, una perspectiva que creyó solo posible en la vida después de la muerte.
"Por muchos años pensé que yo ya no tendría más cicatrices, ni más dolor cuando estuviera en el cielo. Pero ahora, ¡el cielo está conmigo en la tierra!", declaró Phuc a su llegada a Miami para ver a una dermatóloga especializada en tratamientos con láser para pacientes quemados.
A finales del mes pasado, Phuc, de 52 años, comenzó una serie de sesiones que su doctora Jill Waibel, del Instituto de Dermatología y Láser de Miami, afirma emparejarán y suavizarán el tejido cicatrizado de la paciente, que está grueso y tiene color pálido. Ese tejido dañado se le extiende a Phuc desde la mano izquierda al resto del brazo, el cuello y a la línea del cuero cabelludo, y le abarca casi toda la espalda.
Incluso lo más importante para Phuc, según Waibel, es que el tratamiento le aminorará los fuertes dolores que la han aquejado hasta este día.
Acompañan a Phuck su esposo, Bui Huy Toan, y otro hombre que ha sido parte de su vida desde que ella tenía nueve años: El fotoperiodista Nick Ut de The Associated Press, que radica en Los Ángeles.
"Él es el principio y el fin", dijo Phuc del hombre al que llama "El tío Ut". "Me tomó mi foto y ahora estará aquí conmigo en este nuevo viaje, nuevo capítulo".
Fue Ut, ahora de 65 años, quien captó la angustia de Phuc el 8 de junio de 1972, después de que el ejército de Vietnam del Sur lanzara accidentalmente napalm sobre civiles en la aldea Trang Bang, donde vivía la niña, en las afueras de Saigón.
Ut recuerda a la niña que gritaba en vietnamita "¡Esta muy caliente, muy caliente!" El fotoperiodista la llevó a una camioneta de la AP, en cuyo piso ella se acurrucó. La menor tenía la piel quemada y se le desprendía mientras sollozaba y decía "creo que me estoy muriendo. Está muy caliente, muy caliente; me estoy muriendo".
El fotoperiodista la llevó a un hospital, y posteriormente regresó a la oficina en Saigón para enviar sus fotografías, incluida la de Phuc en llamas con la que ganaría el premio Pulitzer.
Phuc sufrió quemaduras graves en más de una tercera parte de su cuerpo. En aquellos tiempos, la mayoría de las personas que tenían lesiones de este tipo en más de 10% de su cuerpo fallecían, asegura Waibel.
El napalm es una sustancia pegajosa como la mermelada, por lo que no hay manera de que las víctimas como Phuc puedan huir corriendo del fuego como sucedería en un incendio ordinario.
"El fuego se le pegó mucho tiempo", afirma Waibel, y le destruyó la piel hasta la capa de colágeno, debido a lo cual le quedaron cicatrices con un grosor cuatro veces mayor al de la piel normal.
A causa de sus terminales nerviosas quemadas, Phuck sufre dolores especialmente agudos que se le disparan con los cambios del clima en Canadá, adonde emigró con su esposo a principios de la década de 1990. Ambos viven en las afueras de Toronto y tienen dos hijos, hoy de 21 y 18 años.
Waibel ha utilizado durante una década láser para tratar cicatrices de quemaduras, incluidas las causadas por napalm. Cada tratamiento cuesta típicamente entre 1.500 y 2.000 dólares, pero la doctora ofreció donar sus servicios cuando Phuc se comunicó con ella para una consulta.
En el primer tratamiento en el consultorio de Waibel, el aroma que emite una vela perfumada genera un aire cómodo en la sala de procedimientos, donde el esposo de Phuc le sostuvo la mano mientras hacían oración.
El tipo de láser utilizado en las cicatrices de la mujer fue desarrollado inicialmente para quitar las arrugas alrededor de los ojos, dice Waibel. El láser calienta la piel hasta el punto de ebullición y vaporiza el tejido de la cicatriz.
Una vez administrados los sedantes y aplicada rápidamente una crema adormecedora en la piel de Phuc, la doctora Waibel, provista con gafas de seguridad, apunta el láser.
Una y otra vez, un cuadro rojo aparece sobre la piel de Phuc, se escucha un bip y se dispara el láser mientras una enfermera sostiene una especie de manguera con vacío para retirar el vapor que se produce en la zona tratada del cuerpo.
Waibel prevé que Phuc necesitará siete tratamientos durante los próximos ocho o nueve meses.
Un par de semanas después, en su casa en Canadá, Phuc afirma que las cicatrices se le han enrojecido, siente la piel dura y le da comezón mientras le sana, pero expresó su entusiasmo de continuar los tratamientos.
Más de 40 años después, Phuc puede ocultar sus cicatrices bajo prendas de manga larga, pero una sola lágrima en su radiante cara delata el dolor que ha soportado desde aquel ataque con napalm en 1972.
Ahora se le ha presentado una nueva oportunidad de sanar, una perspectiva que creyó solo posible en la vida después de la muerte.
"Por muchos años pensé que yo ya no tendría más cicatrices, ni más dolor cuando estuviera en el cielo. Pero ahora, ¡el cielo está conmigo en la tierra!", declaró Phuc a su llegada a Miami para ver a una dermatóloga especializada en tratamientos con láser para pacientes quemados.
A finales del mes pasado, Phuc, de 52 años, comenzó una serie de sesiones que su doctora Jill Waibel, del Instituto de Dermatología y Láser de Miami, afirma emparejarán y suavizarán el tejido cicatrizado de la paciente, que está grueso y tiene color pálido. Ese tejido dañado se le extiende a Phuc desde la mano izquierda al resto del brazo, el cuello y a la línea del cuero cabelludo, y le abarca casi toda la espalda.
Incluso lo más importante para Phuc, según Waibel, es que el tratamiento le aminorará los fuertes dolores que la han aquejado hasta este día.
Acompañan a Phuck su esposo, Bui Huy Toan, y otro hombre que ha sido parte de su vida desde que ella tenía nueve años: El fotoperiodista Nick Ut de The Associated Press, que radica en Los Ángeles.
"Él es el principio y el fin", dijo Phuc del hombre al que llama "El tío Ut". "Me tomó mi foto y ahora estará aquí conmigo en este nuevo viaje, nuevo capítulo".
Fue Ut, ahora de 65 años, quien captó la angustia de Phuc el 8 de junio de 1972, después de que el ejército de Vietnam del Sur lanzara accidentalmente napalm sobre civiles en la aldea Trang Bang, donde vivía la niña, en las afueras de Saigón.
Ut recuerda a la niña que gritaba en vietnamita "¡Esta muy caliente, muy caliente!" El fotoperiodista la llevó a una camioneta de la AP, en cuyo piso ella se acurrucó. La menor tenía la piel quemada y se le desprendía mientras sollozaba y decía "creo que me estoy muriendo. Está muy caliente, muy caliente; me estoy muriendo".
El fotoperiodista la llevó a un hospital, y posteriormente regresó a la oficina en Saigón para enviar sus fotografías, incluida la de Phuc en llamas con la que ganaría el premio Pulitzer.
Phuc sufrió quemaduras graves en más de una tercera parte de su cuerpo. En aquellos tiempos, la mayoría de las personas que tenían lesiones de este tipo en más de 10% de su cuerpo fallecían, asegura Waibel.
El napalm es una sustancia pegajosa como la mermelada, por lo que no hay manera de que las víctimas como Phuc puedan huir corriendo del fuego como sucedería en un incendio ordinario.
"El fuego se le pegó mucho tiempo", afirma Waibel, y le destruyó la piel hasta la capa de colágeno, debido a lo cual le quedaron cicatrices con un grosor cuatro veces mayor al de la piel normal.
A causa de sus terminales nerviosas quemadas, Phuck sufre dolores especialmente agudos que se le disparan con los cambios del clima en Canadá, adonde emigró con su esposo a principios de la década de 1990. Ambos viven en las afueras de Toronto y tienen dos hijos, hoy de 21 y 18 años.
Waibel ha utilizado durante una década láser para tratar cicatrices de quemaduras, incluidas las causadas por napalm. Cada tratamiento cuesta típicamente entre 1.500 y 2.000 dólares, pero la doctora ofreció donar sus servicios cuando Phuc se comunicó con ella para una consulta.
En el primer tratamiento en el consultorio de Waibel, el aroma que emite una vela perfumada genera un aire cómodo en la sala de procedimientos, donde el esposo de Phuc le sostuvo la mano mientras hacían oración.
El tipo de láser utilizado en las cicatrices de la mujer fue desarrollado inicialmente para quitar las arrugas alrededor de los ojos, dice Waibel. El láser calienta la piel hasta el punto de ebullición y vaporiza el tejido de la cicatriz.
Una vez administrados los sedantes y aplicada rápidamente una crema adormecedora en la piel de Phuc, la doctora Waibel, provista con gafas de seguridad, apunta el láser.
Una y otra vez, un cuadro rojo aparece sobre la piel de Phuc, se escucha un bip y se dispara el láser mientras una enfermera sostiene una especie de manguera con vacío para retirar el vapor que se produce en la zona tratada del cuerpo.
Waibel prevé que Phuc necesitará siete tratamientos durante los próximos ocho o nueve meses.
Un par de semanas después, en su casa en Canadá, Phuc afirma que las cicatrices se le han enrojecido, siente la piel dura y le da comezón mientras le sana, pero expresó su entusiasmo de continuar los tratamientos.
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