domingo, 27 de noviembre de 2016

¿Se puede estar gorda y en forma?

Cuando la modelo Ashley Graham protagonizó la portada de Sports Illustrated, ya se sabía que aquello iba a traer cola. Con una talla 46, Graham está bastante más entrada en carnes que las bellezas en bikini que suelen aparecer en esa revista. Conclusión: en Internet se armó un gran revuelo, con opiniones encontradas.

Graham colgó una foto de una sesión de ejercicio intensa con su entrenador personal: “Que sea una mujer con curvas y que use una talla grande no significa que no me esfuerce para tenerlo todo prieto”. Pero esto no detuvo las críticas; los trolls continuaron diciendo que no podía estar en forma ni tener buena salud. La respuesta de ella fue esta: “Demasiada gente se cree con el derecho de afirmar alegremente que las chicas de mi tamaño tenemos mala salud. Pues no pueden. Solo puede mi médico”.

Estoy muy de acuerdo. No niego mis pecados; soy consciente de que mi físico no es el resultado de una dieta a base de apio y galletitas de arroz. Pero a la vez no me cabe duda de que la buena salud no está reñida con el sobrepeso. El año pasado, después de una ruptura sentimental busqué consuelo en la comida. Cuando me vi con 92 kilos, decidí coger de nuevo las riendas.

Nuevos hábitos

En unos pocos meses, a fuerza de comer sano y salir a correr un par de veces por semana, perdí seis kilos. Luego subí la marcha y completé un programa de ocho semanas de Women’s Health que incluía una dieta todavía más sana y cinco entrenamientos semanales de cuerpo entero diseñados por un entrenador personal. Perdí seis kilos más. El IMC me bajó de 33 a 30,5; un avance, pero seguía estando técnicamente obesa (el intervalo saludable para las mujeres está entre 18,5 y 24,9). Estoy segura de que mucha gente me habría animado a continuar, a seguir adelgazando, pero con 80 kilos de peso puedo realizar un buen número de flexiones de brazos, hago mejor tiempo en los 10K que mis amigas que usan una talla 40 y, lo más importante, me siento a gusto con mi cuerpo. Dejé de obsesionarme con la báscula y empecé a llevar una vida equilibrada. Ahora, unos meses después, hago tres entrenamientos por semana y llevo una dieta moderadamente sana, pero cuando lo veo conveniente. Eso sí, continúo estando gorda. ¿Pero qué consecuencias tiene todo eso para mi salud?

Métodos anticuados

Los médicos llevan más de un siglo utilizando el IMC para definir los límites de un peso saludable. La fórmula es sencilla (basta dividir los kilos por el cuadrado de la estatura en metros), pero no está exenta de controversia. Como la masa muscular pesa más que la grasa, algunos deportistas tienen un IMC que los coloca como obesos.

Un estudio publicado a principios de año en la revista Journal of Obesity analizó el vínculo entre el IMC y la salud metabólica, la cual se determina mediante la tensión arterial y los niveles de glucosa y colesterol. Resultó que casi la mitad de las personas que entran en la categoría de sobrepeso por su IMC disfrutan de buena salud, mientras que el 30 % de los que presentan un IMC “normal” tienen mala salud.

El doctor Carl J. Lavie, cardiólogo y autor del libro The Obesity Paradox, asegura que el IMC por sí solo ofrece una visión sesgada. “Estar obeso no te convierte automáticamente en un enfermo. Las personas con sobrepeso pueden estar en mejor forma que las personas delgadas”. Entonces, ¿cómo diferenciar entre obesidad sana e insana? La clave está en el ejercicio físico. Ya sabemos que, con independencia de lo que marque la báscula, las personas que no hacen deporte tienen peor salud que las que sí lo hacen. De hecho, un reciente estudio de la Universidad de Cambridge (Reino Unido) concluye que la inactividad causa el doble de muertes que la obesidad por sí sola. La cuestión es si fue primero el huevo o la gallina, puesto que las personas con sobrepeso a menudo lo son por llevar una vida sedentaria. “Un estilo de vida activo tiene un efecto radical sobre la salud metabólica”, señala Samuel Klein, profesor de medicina en la Universidad de Washington en St Louis (EE. UU.). “Si te pasas el día sin moverte, los músculos encogen y cada vez te cuesta más cargar con tu propio peso”, puntualiza el experto.

Este problema se agrava con la edad, ya que los músculos empiezan a atrofiarse al cumplir los 30. “Además de que la pérdida de masa muscular hace más difícil un estilo de vida activo, el músculo es el mayor consumidor de azúcar del organismo”, explica Timothy Church del Centro Pennington de Investigación Biomédica (EE. UU.). “Al organismo le cuesta más deshacerse del azúcar, lo cual puede causar problemas como la resistencia a la insulina”. Esto, a su vez, puede ocasionar diabetes, un factor de riesgo muy a tener en cuenta.

Pero, ¿qué pasa con las mujeres que, como yo (lo admito, una minoría entre la gente obesa), llevan una vida muy activa?

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