La imagen del cadáver diminuto de un niño sirio
al que las olas depositan en las costas turcas se clavó ayer en la
retina de los europeos como símbolo del drama migratorio. Esa huella
gráfica de un naufragio que costó la vida al menos a otro niño —también
fotografiado— y a una decena de adultos condensa la gravedad de un
fenómeno que está sacudiendo al continente. Más de 23.000 inmigrantes
que lograron cruzar el Mediterráneo han arribado a las costas griegas en
la última semana.
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